jueves, 14 de noviembre de 2024

Crónicas De a Metro

 

Por un asiento

                                                                                                                        Por Diego Martín Gámez

 

Una mujer de complexión robusta, nalgas prominentes, pelo rizo a media espalda, en tenis blancos, pantalones ajustados y un busto grande en altas, está hablándole fuerte a un soñoliento hombre en sus 70 o 75 años sentado a un lado de la puerta en uno de los vagones centrales del metro en la Ciudad de México. Las personas alrededor, hombres jóvenes y mujeres de varias edades la observan vociferando de forma descontrolada.

Están por dar la 9 am en el trayecto que corre de Pino Suárez a Chapultepec y ya hay un problema mañanero por un asiento en el metro. La mujer está gritando que esos lugares son para las “damas”, pero pasa por alto que el señalamiento también implica a mujeres embarazadas, personas de la tercera edad y personas con alguna capacidad diferente. La persona sentada en el lugar que la mujer pretende ocupar es justamente una que cumple con alguna de esas características.

Casi dormido, el hombre comienza a despertar ante los gritos. Apenas han pasado algunos segundos desde que la mujer está gritando y él se ve sorprendido; comienza a mover la cabeza de lado a lado, desorientado, hasta que se percata que él es el centro de los lamentos. Finalmente centra su mirada en la mujer que no deja de hablar exaltada sobre los motivos que tiene para que le cedan el lugar.

Sana, fuerte, con una voz clara y potente, la mujer incluso comienza a señalar al señor que baja su mirada y nervioso comienza a acomodar sus cosas para levantarse. Lleva consigo dos morralitos con plantas en macetitas de barro que están recargadas en sus piernas. Toma las asas de su bolsita de ixtle y se las pasa por el cuello. Está resignado a ceder el espacio y evitar el griterío desenfrenado que continúa infatigable.

¡No se pare! El hombre busca el origen de ese grito. ¡Usted no tiene por qué pararse, esa mujer está loca!, dice está chava que interviene en defensa del vendedor de plantas. A ella le siguen varias voces, la mayoría de féminas, que se escuchan en favor de él. La que se quiere sentar se nota perturbada por unos segundos, pero más veloz que un piano al caer por una ventana a cinco pisos del suelo, comienza a gritar histérica: ¡no se metan pinches viejas metiches!

El señor confundido se queda sentado. El tema ya ha pasado de ser uno entre él y ella, a uno entre ellas y ella. Todo mundo grita, pero nadie a favor de la señora que se quería sentar. ¡Ya siéntese señora!, grita un tipo con evidente ironía. ¡Pinche vieja loca!, remata. El griterío y las ofensas van y vienen vertiginosas, fáciles y muy ofensivas. La mujer que se quería sentar ya no sabe a quién contestarle, porque son muchas personas las que ahora ya hicieron suyo el pleito por un asiento en el metro.

La mujer que comenzó con los reclamos en Pino Suárez está muy alterada y sigue lanzando vituperios al por mayor, pero de repente otra se le pone de frente y la reta: ¡o te callas o te bajas hija de tu puta madre! La primera gritona le contesta con fuerza y totalmente decidida: ¡bájame si puedes pendeja! Están a punto de los golpes cuando la puerta del metro se abre en Isabel la Católica.

Los chillidos se escuchan por toda la estación y la gente en otros vagones asoman la cabeza para ver qué está pasando. Tres policías se acercan ante la enorme bulla, las leperadas y los gritos: ¡que se baje, que se baje! El metro está detenido. El pleito aún no se termina y ya ha entrado un poli para saber qué está ocurriendo. Se entera de volada. Todo mundo entre gritos le dice lo que está ocurriendo. ¡Mejor bájela, está bien pinche loca la pendeja!, dice eufórico un chavo que ha estado totalmente involucrado en el pleito en los últimos minutos.

El policía intenta hablar con la mujer que comenzó el altercado y le pone la mano en el hombro para indicarle que es mejor que baje. ¡No me toques hijo de tu puta madre!, brama enfurecida y con eso se pone la soga al cuello de inmediato.

¡Que se baje, que se baje, que se baje!, comienza el coro en conocida cadencia. Después de ser insultado el policía ya ha tomado una decisión y la mujer enfurecida lo sabe. Se tendrá que bajar. Ya está resignada y han entrado al vagón dos policías más que le piden que salga del metro.

¡Pinches muertos de hambre! ¡Hijos de la chingada!, sentencia la mujer mientras sale del vagón acompañada de tres policías. La muchedumbre corea con risas y hurras la salida de la señora. Le avisan al conductor que el tema está controlado y se escucha entonces el típico timbre de cierre de puertas en los vagones. El metro está por seguir su recorrido después del zafarrancho. Todavía hay murmullos de la gente: ¡qué vieja tan pinche loca!

El metro reinicia su andar. El hombre sentado en el lugar en disputa se relaja. Acomoda nuevamente sus cosas y voltea a su derecha para decirle bajito a un joven que va sentado junto a él: tanto escándalo por un asiento. El joven lo mira antes de responder y en seguida sentencia: en el metro de la ciudad de México podemos matarnos casi por cualquier cosa.