domingo, 5 de mayo de 2019

Las Ciudades





Por Diego Martín Gámez



Qué pequeñas son las calles, decía Martha mientras veía por la ventana. ¿Si?, preguntaba Pedro. Mira bien, la gente camina con todo ese corazón, uno por cada uno, sin si quiera verse a la cara, salvo para cuidarse del otro. Así son las ciudades: enormes y desoladas.

No te azotes Martha, ¿qué pedo contigo? Vamos juntos, te quiero y pronto estaremos en cama abrazándonos y dándonos cariñito. Me choca cuando te pones filosófica y dices pura burrada. Ya hasta se me está bajando la pasión. Por favor si vas a seguir hablando, deja esas tus cosas tan profundas y mejor cuéntame qué onda con tu tía Lucy. ¿Ya la dejó el marido?

Martha despegó la frente del cristal de la micro, se volteó a ver a Pedro muy fijamente. Le tomó la mano tranquila y le guiñó un ojo en son de paz. Movió los labios de un lado, le soltó la mano a su pareja; su cabeza se volvió al cristal y su mirada a la ciudad. El brazo de él hacía un buen rato la abrazaba. Te decía, susurró, las ciudades son enormes y terriblemente desoladas.

sábado, 4 de mayo de 2019

Dos Noches y Una Muerte

Por Diego Martín Gámez


            No hace mucho que comencé a pensar seriamente que nada de lo que me propongo funciona. Parece que la vida me tiene encerrado en una vorágine de pensamientos negativos. Busco alcohol, tiempo para perder y un montón de amigos tontos que siempre hacen lo mismo durante horas y horas: tomar hasta embrutecerse. Muchos lo hacen así en la ciudad.

            Anoche volví a pelear con mi madre y nuevamente -porque ya lo había dejado- regresé con esos amigos, los mismos con los que siempre pasa lo mismo, a hacer lo de siempre. Parece que todos esperamos la muerte. Pero esta jija no se inclina por ninguno de nosotros. 

            Después de un par de días esperando que nos tocara la despedida fatal entre alcohol de a diez pesos, regreso a casa cansado, con cruda, desvelado, casi muerto y mi madre me ha dejado un recado por el único medio mediante el cual me puede contactar: el mensajero de mi face. "Hijo, ahora que vine a ver a tu tía por aquello del golpe que se dio en la rodilla, tu abuela murió. La dejamos desayunada y cuando regresamos del doctor, estaba muerta en su cama, como dormida".

             Intento reaccionar para ir al velorio. Me cambio y estoy por salir para tomar un taxi. Abro la puerta y mi madre esta parada frente a mi. "Iba a tocar", me dice desencajada. "Ya terminó todo", murmura asertiva con la vista en el piso mientras entra a la casa. Cierro la puerta. El olor a alcohol que emana de mi boca me recuerda crudamente quien soy en este instante.