Por Diego Martín Gámez
Qué pequeñas son las calles, decía Martha mientras veía por la ventana. ¿Si?, preguntaba Pedro. Mira bien, la gente camina con todo ese corazón, uno por cada uno, sin si quiera verse a la cara, salvo para cuidarse del otro. Así son las ciudades: enormes y desoladas.
No te azotes Martha, ¿qué pedo contigo? Vamos juntos, te quiero y pronto estaremos en cama abrazándonos y dándonos cariñito. Me choca cuando te pones filosófica y dices pura burrada. Ya hasta se me está bajando la pasión. Por favor si vas a seguir hablando, deja esas tus cosas tan profundas y mejor cuéntame qué onda con tu tía Lucy. ¿Ya la dejó el marido?
Martha despegó la frente del cristal de la micro, se volteó a ver a Pedro muy fijamente. Le tomó la mano tranquila y le guiñó un ojo en son de paz. Movió los labios de un lado, le soltó la mano a su pareja; su cabeza se volvió al cristal y su mirada a la ciudad. El brazo de él hacía un buen rato la abrazaba. Te decía, susurró, las ciudades son enormes y terriblemente desoladas.