Por: Diego M. Gámez Espinosa
Nunca le tuvo miedo a las palabras fuertes, porque él mismo decía que el insulto no se encontraba en la palabra en si, sino en la interpretación que le daba cada persona a esas palabras. Él mismo incluso llamo “idiotas” a Fernando Salmerón y Rosario Castellanos cuando, después de leer Tarumba, ninguno supo que decirle, cuenta el amigo Jaime a Mónica Plasencia, una de sus últimas y más cercanas amigas y conversadoras.
Jaime Sabines tuvo amigos con los que más que hablar de poesía y literatura, temas con los que incluso no comulgaba mucho, hablaba del la vida, de la importancia de vivir: “de cualquier modo, pero vivir. Esa es la conclusión”, le dijo en alguna de las muchas conversaciones a Plasencia en la última etapa de su vida; y quizá por ello hablaba así, porque se encontraba maltrecho luego de un accidente que lo sometió a 35 operaciones y a, muy a su pesar, dejar de escribir.
Sin embargo, Sabines descubrió en ésta época a uno de sus mejores amigos; un hombre con el que convivió diariamente y al que amo, respetó y admiró profundamente: Jorge, Jorgito, como él llamaba a su hermano; uno hombre al cual no le pudo dar su último cigarro antes de morir violentamente y al que después de cuatro años de muerto seguía llamado por teléfono, aunque se quedará con el auricular en la mano: “Jorge ya murió”, decía, “Pero en muchos sentidos Jorge no se ha muerto. Es decir, no he enterrado totalmente a Jorge”.
Jaime tuvo entrañables amistades, algunas de las cuales vio morir mucho antes de que a él le tocara esa condición, a la que por cierto nunca tuvo miedo, pero tampoco llamaba, decía: “y ahí está la muerte, desde luego, ahí está, espérame, que más tarde voy, pero ahorita hay que vivir”.
Dolores Castro, Emilio Carballido, Sergio Magaña, Sergio Galindo, Juan Rulfo, Efrén Hernández, Juan José Arreola, Fernando Salmerón y Rosario Castellanos, Enoch Cansino y Oscar Bonifaz, entre los más cercanos, compartieron con Jaime la vida, las angustias, la muerte, el tiempo, las noches, el dolor, el gozo, las palabras, la poesía.
Cuenta Mónica Plasencia en su libro “Habla Jaime Sabines” que el poeta era siempre cordial, distendido y ameno en sus pláticas, con ella especialmente, y se aprecia en las íntimas charlas en las que habla de la muerte, el dolor, los amigos, el amor, sus padres, hermanos, el tiempo y la literatura.
Entre sus amigos, Jaime recuerda mucho a Chayito, a Rosario, con la que más que hablar de literatura, hablaba de la vida: “no ayudábamos mucho, más en el terreno humano que en el literario. Me contaba de sus desastres amorosos, las consecuencias de su terrible mala suerte. Ella pagó muy caro dedicarse a la literatura, era francamente rechazada”. Por esa razón Sabines reía cuando después de la muerte de Rosario Castellanos veía en Chiapas Centros Culturales, calles o parques con su nombre.
No obstante su amistad, si le pareció estúpido que ni Chayito, ni Fernando comprendieran en un primer momento Tarumba y se los hizo saber clara y llanamente. ¿Cómo era posible que no lograran entenderla? Sin embargo Sabines venía de una situación desesperada, el trabajo fue el fruto de su frustración, del coraje de sentirse humillado al dedicarse durante un tiempo, mas por necesidad que por otra cosa, a vender telas a los 27 años, luego de llegar a vivir a Chiapas y siendo ya reconocido como una joven promesa de la poesía mexicana.
Por suerte, comenta el propio Jaime, Pedro Garfias, también su amigo, tenía otra, quiero decir, una opinión de Tarumba, porque en realidad a los demás los desconcertó: “Es el primer gran poema que ha escrito. El primer gran poema. Creo que usted ha escrito muchos que son mas hermosos, pero éste es uno solo”, asegura Sabines le dijo éste viejo al que estimó desde el primer momento. “Era un viejo adorable”, decía.
Jaime Sabines cultivó la palabra, rechazó el dolor físico, amor profundamente a las mujeres, filosofó con la poesía, adoró a Jorge, lamentó la agonía de sus padres, habló con sus amigos y platicó, platicó y platicó de la necesidad de vivir, de la voluntad de vivir y hacer esperar lo más posible, todo lo que se pudiera, con cigarro en mano, con un traguito de tequila y un bastón, a la muerte.
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