sábado, 13 de febrero de 2010

La razón de la locura



Por: Diego M. Gámez Espinosa


“Pero ¿matar por amor?, eso si que no es amor”, dice convencida María Elena cuando se le cuestiona sobre la “patología” a la que llamamos amor, o más bien sobre el “sentimiento” al que llamamos locura.
“No me confundas”, dice riendo la chica de 18 años nacida en Chiapas. “Si me he vuelto loca por amor, creo. O más bien, me he enamorado loca de remate”, no obstante nunca ha sido bien correspondida.
Es una franja muy delgada la que hace la diferencia entre el amor y la obsesión, es ahí cuando la locura llega, pero aún no se sabe si por amor, por desprecio, por capricho, por rencor, por venganza o por odio, dice el Psicólogo Jesús Olguín, egresado de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP).
“La verdad pienso que los celos son la mejor muestra del amor, es ahí cuando te das cuenta que alguien te ama, cuando te cela, cuando se pelean por ti, cuando te impiden mirar a otro porque solo quieren tu atención”, asegura –y además convencida, en serio pues- Olga Fuentes sentada en una banca verde mientras observa a las amorosas parejas de adultos bailar danzón al ritmo de la marimba.
¿Y si será que en realidad los celos son una muestra genuina de amor?
“Es una pregunta realmente difícil de responder”, considera Olguín. “En serio si es difícil contestar una pregunta así, porque hasta yo mismo he sido celoso, en menor o en mayor grado –no importa-; tanto que a pesar de ser terapeuta no me atrevería a dar una respuesta afirmativa o negativa”.
Cliché o no, decir que el amor y la locura son dos condiciones humanas muy cercanas es una realidad que incluso los expertos en las ciencias de la mente aceptan como tal.
Nos enamoramos, enloquecemos, nos obsesionamos, vengamos, despreciamos, guardamos rencor, odiamos por momentos, maquilamos estrategias, seducimos, chantajeamos y propiciamos en el otro, en la otra, en los otros (cuando son más de uno –a-) todo lo que sea necesario para retenerlo, aunque sea unos segundos más.
“Es que en la guerra y en el amor todo se vale”, dice Marco Antonio, un chico gay que “siempre” –dice- consigue al tipo que le gusta sin importar “que tenga pareja o no. Aquí se trata de ser feliz, de que uno sea feliz”, afirma.
Pues si, parece que si, asienta Jesús Olguín, cuando hacemos el amor, hacemos la guerra. Desde esa perspectiva el amor parecería una patología y la locura un sentimiento irremediablemente noble.
Las historias cotidianas del amor se pueden contar desde la locura de dejar todo por la pareja, hasta matarla. ¿Y eso justifica al Amor o a la Locura?
“Bueno -ríe Olguín- eso depende de la perspectiva en que lo veas. A la locura la justifican las leyes, al amor lo justifica la sociedad”.
Si, así es, tal parece que hemos aprendido a amar como la sociedad nos lo ha propuesto. Hemos aceptado la propuesta y hoy amar con locura no es un defecto, sino una virtud. Una virtud que también cuesta vida, la propia, la de la pareja, la del padre, la de la madre, la del hijo o la del odiado, vengado o aniquilado amor para el que dedicamos nuestra existencia (sic).
“Pues mire señor, hemos pasado tanto tiempo juntos que no puedo estar sin mi esposo. Cuando no llega a dormir, no puedo dormir. A nosotros nos enseñaron a respetar a nuestro esposo, somos de otra generación”. ¿Pero lo ama?, le preguntó a doña Carmen: “pos si no lo sabía cuando me case, menos ahora, después de 35 años de matrimonio. Pero lo importante son los hijos”, baja la mirada y se hecha su carcajada.
¿Que cosas no?, incluso el que escribe tiene que reflexionar al respecto cuando entre éstas entrevistas se ve atrapado en su propia definición del amor, en buscar un concepto para la locura y en saber si durante su vida ha amado, se ha obsesionado o ha enloquecido por alguien.
“Yo tuve una esposa que al cabo de un tiempo me di cuenta que no amaba. Se lo dije, le pedía que se marchara, la insulté, la dejé sola durante días y al final siempre estaba en la casa, esperándome con la comida, con la casa hecha, con la ropa lavada”. Y no la dejó, no la ha dejado y parece que no la dejará, según puedo entender de éste joven esposo llamado Miguel Adrián.
Cuenta éste curioso personaje que Lucía es una mujer de nobles sentimientos. “El tipo de mujer que todo hombre espera”: seria, responsable, guapa, servicial. “Cada que le pido que se valla, llora esquizofrénicamente y a veces pienso que debe ser por el origen que tiene y por la vida que ahora nos damos, pero ella dice que no se trata de lo material, dice que me ama y creo que si, porque me cela mucho”, asegura.
Si Lucía es algo así como la mujer perfecta, entonces ¿por qué Miguel no la puede amar?, según el mismo declaró. “Es una mujer sin aspiraciones, que solo se dedica a tener bien la casa”. Que ironía, fue eso mismo lo que el propio Miguel Adrián exaltó de su mujer.
“No sé quien está mas loco, o quien está más “enamorado”, dice nuestro psicólogo. “Ella por mostrar esa terrible obsesión o él por conservarla en su casa solo porque le hace la vida más llevadera”.
Pero entonces ¿están locos o enamorados?, pregunto. “Quizá estén locos y enamorados, pero seguramente una de esas condiciones pesa más que la otra. Es seguro que esa es una relación más patológica, que vista desde la opinión social actual es entonces “genuino” amor”.
“No importa lo que hagas, no importa lo que leas, cuanto leas, cuan inteligente seas. Eso no importa, en algún momento de la vida enloquecerás por amor o amarás con locura”, dice Virgina, estudiante del sexto semestre de la Licenciatura en Letras Hispánicas por la UNAM, chiapaneca radicada en el D.F.
Romántica, escritora, enamorada de las locuras sin razón, Virginia cree fervientemente que amar sin un poco de locura, no es amar y que no existe un loco que no ame a alguien o a algo.
“Son los locos, según nos cuenta la historia, los que por amar a su patria, sus convicciones, sus ideas, sus sueños, al ser querido, han quedado en la memoria de la humanidad”, pero irónicamente son muchos de ellos los socialmente señalados como locos. ¡ Que razón tiene la locura ¡
Habrá que gastar mucho más papel, muchos más teclazos en la computadora, muchas más entrevistas y aún así no llegaremos al fondo de éste tan trillado, pero profundo e interesante conflicto de salud pública psicosocial.
Quizá debamos atender por ahora las palabras de nuestro psicólogo, que para terminar la entrevista considera que en la locura, si es que existe algo de razón –como decía Nietzsché-, esa debe ser solamente el amor.

El amigo Jaime



Por: Diego M. Gámez Espinosa

Nunca le tuvo miedo a las palabras fuertes, porque él mismo decía que el insulto no se encontraba en la palabra en si, sino en la interpretación que le daba cada persona a esas palabras. Él mismo incluso llamo “idiotas” a Fernando Salmerón y Rosario Castellanos cuando, después de leer Tarumba, ninguno supo que decirle, cuenta el amigo Jaime a Mónica Plasencia, una de sus últimas y más cercanas amigas y conversadoras.
Jaime Sabines tuvo amigos con los que más que hablar de poesía y literatura, temas con los que incluso no comulgaba mucho, hablaba del la vida, de la importancia de vivir: “de cualquier modo, pero vivir. Esa es la conclusión”, le dijo en alguna de las muchas conversaciones a Plasencia en la última etapa de su vida; y quizá por ello hablaba así, porque se encontraba maltrecho luego de un accidente que lo sometió a 35 operaciones y a, muy a su pesar, dejar de escribir.
Sin embargo, Sabines descubrió en ésta época a uno de sus mejores amigos; un hombre con el que convivió diariamente y al que amo, respetó y admiró profundamente: Jorge, Jorgito, como él llamaba a su hermano; uno hombre al cual no le pudo dar su último cigarro antes de morir violentamente y al que después de cuatro años de muerto seguía llamado por teléfono, aunque se quedará con el auricular en la mano: “Jorge ya murió”, decía, “Pero en muchos sentidos Jorge no se ha muerto. Es decir, no he enterrado totalmente a Jorge”.
Jaime tuvo entrañables amistades, algunas de las cuales vio morir mucho antes de que a él le tocara esa condición, a la que por cierto nunca tuvo miedo, pero tampoco llamaba, decía: “y ahí está la muerte, desde luego, ahí está, espérame, que más tarde voy, pero ahorita hay que vivir”.
Dolores Castro, Emilio Carballido, Sergio Magaña, Sergio Galindo, Juan Rulfo, Efrén Hernández, Juan José Arreola, Fernando Salmerón y Rosario Castellanos, Enoch Cansino y Oscar Bonifaz, entre los más cercanos, compartieron con Jaime la vida, las angustias, la muerte, el tiempo, las noches, el dolor, el gozo, las palabras, la poesía.
Cuenta Mónica Plasencia en su libro “Habla Jaime Sabines” que el poeta era siempre cordial, distendido y ameno en sus pláticas, con ella especialmente, y se aprecia en las íntimas charlas en las que habla de la muerte, el dolor, los amigos, el amor, sus padres, hermanos, el tiempo y la literatura.
Entre sus amigos, Jaime recuerda mucho a Chayito, a Rosario, con la que más que hablar de literatura, hablaba de la vida: “no ayudábamos mucho, más en el terreno humano que en el literario. Me contaba de sus desastres amorosos, las consecuencias de su terrible mala suerte. Ella pagó muy caro dedicarse a la literatura, era francamente rechazada”. Por esa razón Sabines reía cuando después de la muerte de Rosario Castellanos veía en Chiapas Centros Culturales, calles o parques con su nombre.
No obstante su amistad, si le pareció estúpido que ni Chayito, ni Fernando comprendieran en un primer momento Tarumba y se los hizo saber clara y llanamente. ¿Cómo era posible que no lograran entenderla? Sin embargo Sabines venía de una situación desesperada, el trabajo fue el fruto de su frustración, del coraje de sentirse humillado al dedicarse durante un tiempo, mas por necesidad que por otra cosa, a vender telas a los 27 años, luego de llegar a vivir a Chiapas y siendo ya reconocido como una joven promesa de la poesía mexicana.
Por suerte, comenta el propio Jaime, Pedro Garfias, también su amigo, tenía otra, quiero decir, una opinión de Tarumba, porque en realidad a los demás los desconcertó: “Es el primer gran poema que ha escrito. El primer gran poema. Creo que usted ha escrito muchos que son mas hermosos, pero éste es uno solo”, asegura Sabines le dijo éste viejo al que estimó desde el primer momento. “Era un viejo adorable”, decía.
Jaime Sabines cultivó la palabra, rechazó el dolor físico, amor profundamente a las mujeres, filosofó con la poesía, adoró a Jorge, lamentó la agonía de sus padres, habló con sus amigos y platicó, platicó y platicó de la necesidad de vivir, de la voluntad de vivir y hacer esperar lo más posible, todo lo que se pudiera, con cigarro en mano, con un traguito de tequila y un bastón, a la muerte.